Templos precolombinos. La mayor parte de las culturas precolombinas de México construyeron grandes ciudades con edificios monumentales preferentemente de carácter religioso. Para ello utilizaron la piedra y las esculturas. Su método era realizar sillares avanzados hasta conseguir bóvedas de pequeña luz, denominadas bovédas de piedra en saledizo. Sin embargo, para las construcciones no religiosas, es decir las viviendas populares, utilizaban materiales ligeros y perecederos de los que quedan escasos vestigios.
Las construcciones de Mesoamérica, la zona que ocupa actualmente México y Centroamérica y cuyo término fue acuñado en 1943 por el antropólogo Paul Kirchhoff, tenían entre sí numerosas características arquitectónicas. Destacan las pirámides de cuerpos superpuestos y truncadas, las construcciones deportivas-religiosas, como eran las canchas del juego de pelota, lugares especiales para el comercio y el mercadeo, lugares públicos para el aseo y baños de vapor, suelos con capas de estuco, observatorios astronómicos y alojamientos para gobernantes, altos funcionarios y clase religiosa. Las distintas etnias, repartidas en esa zona de más de un millón y medio de kilómetros cuadrados, utilizaban diferentes materiales para la construcción, dependiendo del entorno y de sus recursos técnicos. Construyeron ciudades-templos donde iban de visita, y peregrinaje, que más tarde asombraron a los conquistadores hispanos por su organización, belleza y grandiosidad. Las ciudades de Teotihuacán, Chichén Itzá, Uxmal, Tulum, Monte Albán, Palenque, Tenochtitlán, El Tajín, Labná, Mitla y Tula son una pequeña muestra de ello. No todas las ciudades florecieron al mismo tiempo sino que hubo una sucesión y cambios de asentamientos desde varios siglos antes de Cristo hasta la llegada de los españoles.