El profesor describió al jovencito como un poco afectado, juicioso y dulzón, pero Arthur Rimbaud ya decía entonces de sí mismo que no tenía corazón. Llamó a su preferencia sexual vicio secreto y confesó conocerla desde que tenía uso de razón. Afirmó que en Grecia los versos ritmaban la acción y que después sólo ha habido generaciones idiotas de letrados y versificadores que han acumulado productos de la inteligencia muerta, y que los viejos imbéciles nunca encontraron el verdadero significado del ser.
Verlaine, que ya tenía prestigio literario, avaló al prodigioso poeta. Cuando se hicieron pareja, fue él quien consiguió una pistola para suicidarse pero prefirió disparar el balazo que solamente rozó el puño de Rimbaud. Los poemas de expiación que Verlaine escribió en la carcel, Rimbaud, con actitud callana, los llamaba loyolas. Al final de la adolescencia, le dio a Verlaine el manuscrito de Iluminaciones. Tiempo después declararía: Ya lo he dicho todo, si es que yo tenía algo que decir.