Bajó los escalones de dos en dos hasta llegar al estacionamiento, y al subir a su coche se aflojó la corbata, fatigado y jadeante. La guantera estaba abierta, sus papeles revueltos y tenía un recado en el parabrisas: Date por muerto, pinche judicial de mierda. Ya sé dónde vives y no les tengo miedo a los animales.
Reportero de nota roja con frustradas ambiciones literarias, Evaristo Reyes ha pisoteado sus ideales, ha vendido su alma a los matones con placa y ha perdido su dignidad sirviendo como un lacayo a Jesús Maytorena, uno de los comandantes más corruptos de la policía judicial, quien le ordena investigar a Roberto Lima, un periodista cultural que insulta al presidente en medio de sus artículos.
Por un imperativo de conciencia, Evaristo se insubordina y en vez de arrestar a Lima lo pone sobre aviso para que pueda huir. Pero el inesperado asesinato de su protegido lo pone entre la espada y la pared.
Obligado a dar con el autor del crimen para evitar que le carguen el muerto, Evaristo se infiltra en el mundillo intelectual, un pantano lleno de impostores y fariseos, donde la corrupción, la vanidad insatisfecha, el doble lenguaje, las componendas gansteriles y los tráficos de influencias están a la orden del día.