Corremos todo el día de un lado a otro. No nos detenemos más que para lo indispensable. Del camino de la escuela al trabajo, no dejamos de cuestionarnos si estaremos haciendo bien las cosas. Dudamos, nos mortificamos, tenemos ganas y talento para crecer profesionalmente pero nuestra vocación de mamás arrasa con nuestros deseos. Primero mis hijos, pensamos con un gran sentimiento de culpa. Nuestras vidas transcurren entre llantos infantiles, azotones de puerta de adolescentes, permisos, castigos, negociaciones, papelerías, trabajos de Historia nocturnos, preocupaciones por la tos de la hija y las múltiples exigencias laborales. Vamos de la escuela al trabajo, de ahí al supermercado, de regreso a recoger niños para llevarlos a la casa a comer, revisar tareas, pasar a la tintorería, regresar al trabajo, llegar temprano a la casa para preparar el baño, los uniformes, las mochilas, ¡ah! y alimentar a las mascotas. ¿Suena familiar? Así transcurren los días, las semanas y toda la infancia de nuestros hijos. Pero, nos hemos preguntado ¿qué pasa con nosotras?, ¿qué sentimos las mamás que trabajamos fuera de casa y vamos por la vida juzgándonos culpables, especialmente cuando los demás nos critican y afirman que estamos abandonando a nuestros niños en nombre de la liberación femenina? ¿ Sabrán los demás algo sobre nuestras necesidades? ¿Lo sabemos con claridad nosotras y de ser así, estamos actuando adecuadamente? Solamente las mujeres que somos mamás y trabajamos fuera de casa sabemos todo lo que tenemos que hacer para trabajar y atender a nuestros hijos; a nuestros maridos -cuando tenemos- y a nuestra casa. Que el anticuado concepto de familia se extinguió, es cierto. Pero también lo es que está surgiendo uno nuevo en el que hay una redistribución de papeles, y la mamá, además de cuidar a sus hijos, también trabaja y tiene una vida propia.
