Aunque muchos digan que los tiempos pasados fueron mejores, lo cierto es que cada época tiene su propia esencia. Cuando yo era niña, prácticamente vivía en la calle. ¿Ustedes no? Las avenidas y las banquetas lo mismo nos servían para andar libremente en bicicleta, que para jugar guerras de globos con agua. Sin embargo, era inimaginable comunicarnos con nuestros amigos vía Internet (¿Internet? Ni conocíamos el término) y menos aún éramos atendidos cuando teníamos problemas de aprendizaje o de lenguaje. De la autoestima o su correlación con la felicidad, mejor ni hablar. Nuestros padres, y los adultos en general, sentían que porque éramos menores de edad, tenían derecho a maltratarnos psicológica, emocional y hasta físicamente. Ciertamente no corríamos tantos peligros como ahora nuestros niños y la educación nos entraba más por obligación y miedo que por convicción. Los niños de hoy, con todo y los riesgos físicos y emocionales a los que están expuestos, cuentan con muchos más elementos para salir adelante siempre que nosotros, sus padres, les otorguemos las herramientas necesarias para que puedan enfrentar y sobrevivir al agitado mundo que les toca vivir. Debemos inyectarles seguridad en sí mismos, fomentarles confianza y hacerles notar cuán importantes son para la familia y la sociedad en la que se desenvuelven. Tenemos que cuidar su seguridad física y concientizarlos sobre lo valioso que es su cuerpo para que lo quieran y protejan. Es importante que conozcan sobre el valor del dinero y la forma en la que éste se consigue. Tenemos que enseñarles no sólo lo necesario para que puedan transitar de la manera más fácil y agradable por este mundo, sino cargarlos de emociones y valores positivos para que construyan caminos sólidos y realicen sus sueños.
