En un importante evento celebrado hace algunos años, que reunió a investigadores y dirigentes de todos los
continentes -entre ellos los más aptos para hablar de las nuevas tendencias en administración-, se concluyó que nunca
el mundo había estado tan colmado de diplomas en administración y tan mal dirigido al mismo tiempo. A partir de ahí
y de otros hechos contundentes, se empezó a cuestionar la naturaleza de los saberes, las convicciones y las creencias
instrumentadas en la formación y actividades de los directivos, sobre todo tomando en cuenta que el espíritu
gestionario parece ganar un número creciente de esferas de la vida política, pública y social.
Para avanzar en la búsqueda de posibles soluciones, es necesario partir de la revisión de los modelos de
administración a los que por tradición se privilegia, es decir. los denominados clásicos, que provienen de la práctica
de las empresas de Estados Unidos y que se difunden desde la posguerra. Pero también hay que reconocer la
existencia de otros modelos menos difundidos de origen sueco, noruego, japonés, alemán y quebequense. Tales
modelos demuestran que a escala empresarial, pero también nacional, es posible contar con otra concepción y otra
práctica diferentes de las que sólo se basan en la ganancia a corto plaza. Hay mucho que aprender de estas
experiencias y de su capacidad para conciliar mejor tanto el interés general como de los particulares y, con ello, el
propio desempeño del directivo y de la empresa en el tiempo.
Hoy que las tensiones ambientales y sociales hacen evidente la gran importancia del largo plazo, de la participación y
la repartición del excedente económico con equidad, se considera imperativo que el directivo del futuro comprenda
que las herramientas de administración, las técnicas económico-contables y las sofisticaciones tecnológicas no son
nada sin tener en cuenta el clima social y humano propicio para la adhesión, la colaboración y el desempeño. Ello no
significa que sea necesario hacer a un lado los instrumentos y técnicas de administración, sino que deben usarse sin
estar a su servicio y con una finalidad diferente.
Por lo anterior, la gran habilidad del directivo de hoy y del mañana es hacer que el mayor número posible de cerebros
en la organización piensen en la importancia del progreso de ésta, en armonía con el bienestar de todos y con la
naturaleza, y que además todos se sientan comprometidos y apoyados para pensar en el mejoramiento constante de la
organización, en vez de concebir esto como una tarea exclusiva de un puñado de altos dirigentes.
Qué debe contener la administración del presente, además de herramientas, conocimientos fundamentales, habilidades
y maneras de ser? ¿Qué saberes necesita abordar el nuevo directivo y cuáles debe adoptar con prudencia,
reconsiderar o incluso reemplazar? Son preguntas a las que se intentará dar respuesta en esta obra. Al hacerlo de la
manera menos normativa, doctrinaria e ideológica posible, los autores se apoyan tanto en elementos de las ciencias
fundamentales como en su experiencia como directivos o asesores, además de poner en juego los conocimientos
logrados en su carrera como profesores-investigadores en el campo de los estudios organizacionales.