La novela no existió en Hispanoamérica durante los tres siglos de su periodo colonial. Los monarcas españoles siempre la consideraron nociva a la religión y a las buenas costumbres, pero pese al sinnúmero de restricciones, no ceso de fluir una corriente subterránea, que consistió en el contrabando de novelas caballerescas y pastoriles.
Desde sus orígenes, la novelista hispanoamericana está caracterizada por su marcado énfasis sociológico. A pesar de las influencias extranjeras que impusieron las modas literarias entonces en boga, factores más fuertes -geográficos, étnicos, políticos- hicieron sentir su presencia.
Lizardi, figura de transición que ya boceta algunos aspectos de la sensibilidad romántica en el interés que manifiesta por los estratos más bajos de la sociedad, es un ejemplo del estilo de vida que impulsara a otros autores a formular sus protestas en contra de la sociedad.
Posteriormente se produce el descubrimiento y cultivo de un nuevo tipo de ficción: la tradición. Durante la generación 1850-1879 las indagaciones de los narradores jamás se limitan al presente inmediato. Al enfocar la actualidad se ven obligados a mirar hacia atrás, a hurgar su pasado, y para ello se ponen a escarbar en archivos polvorientos.