El siglo XIX ruso estuvo marcado por la existencia de una enorme brecha que dividía a los privilegiados y cultos de la gran masa de oprimidos, indigentes e iletrados. Cada uno de los zares que gobernaron al país durante esa centuria respondió de modos muy diferentes a esa situación. Nicolás I, que reinó entre 1825 y 1855, reivindicó la tendencia autocrática y centralizó el poder de manera enérgica. Hijo de Pablo I, el zar loco, y hermano menor de Alejandro I, el vencedor de Napoleón, Nicolás I reveló, desde su infancia, un carácter violento y complejo.