Publiqué la novela contra mi voluntad. Los hechos editoriales sino otros, más ambiguos me confirmaron después aquel instintivo recelo. Durante años debí sufrir el maleficio. Años de tortura. Qué fuerzas obraron sobre mí, no se lo puedo explicar con exactitud, pero sin duda provenientes de ese territorio que gobiernan los Ciegos, y que durante estos diez años convirtieron mi existencia en un infierno, al que tuve que entregarme atado de pies y manos, cada día, al despertar, como en una pesadilla al revés, sentida y aguantada con la lucidez del que está plenamente despierto y con la desesperación del que sabe que nada puede hacer para evitarlo. Y, para colmo, teniendo que guardarse para sí mismo los horrores. Con razón, Madame Normand me escribió con pánico desde parís, apenas leyó la traducción.