Pekín, la inmensa capital del más prpuloso Imperio del mundo, que desde hace miles de años se yergue al par de Roma, desafiando al tiempo, se sumergía en la profundiadad de las tinieblas.
Las cúpulas inmensas de escamas azules y dorados reflejos de los gigantescos templos budistas; los tejados amarillos de los derruidos palacios dela corte imperial; los mil adornos de porcelana del templo del espíritu marino que encierra las tres encarnaciones del filósofo. Laotsz; los secillos mármoles del templo del cielo; las verdes tejas de la Filosofía; el extenso bosque de obeliscos antenas, ostentando monstruosos dragones dorados; los arqueados aleros, también dorados, delas enormes murallas flanqueadas de torres dela ciudadela imperial, se perdían entre las brumas de la tarde.