Sospecho que el arte de Jis y Trino aún espera catalogación, que si hasta ahora cabe en la familia de la historieta, es por salir del aprieto con un cómodo formulismo. El Santos y su cohorte de esperpentos viven en el subsuelo de los monitos, pero más parecen ejemplos de una anómala antropología, pioneros de una gimnástica mental, proliferante en la realidad mexicana, que Jis y Trino detectan con eficacia y a la que aportan un adecuado costumbrismo.
Fabricado de prolijo caos, de fresca vulgaridad, de tenacidad expresiva, la canallez y la irreverencia del universo Santos logran un inventario cabal del <>, es ultima ratio de nuestra idiosincrasia, esa mezcla de tara y de tarea, de accidente y empeño, en la que los mexicanos solemos hospedar (y aumentar) nuestro desconcierto. Jis y Trino desbordan ese objetivo, al que tantos poetas y filósofos se han acercado, y lo sublevan por la puerta trasera del humor. Su trabajo es esencial desmadre, pero a la vez crítica del desmadre. Un desmadre despojado de cualquier óptica reivindicativa que se ejerce desde una imaginación frenética, con una inaudita vulgaridad que ostenta las garantías del género: la incorrección política, una moralidad de bravata, el desdén a la pedagogía, el gusto de romper límites, la impunidad del capricho, operan dentro de una libertad sin cotas, mezcla de horror pueril, ingenio callejero, celebración de la sobrevivencia, empeñosa cerdez. El resultado es una rara contrahechura, pero también la radiografía de esa condición definitoria —causa y efecto; objeto y praxis—, que para abreviar llamamos <>: zona de conductas e impulsos inabarcables e impredecibles, abundante en modos de ser, de sentir, de actuar que —gracias al benemérito Santos— podemos entender, temer y celebrar mejor.