Las experiencias religiosas de la familia del autor eran, como mínimo, tenues. Su hermano filósofo, Jonathan Barnes, después de ir a un par de servicios religiosos recuerda haberse sentido como un niño antropólogo entre antropófagos. Julian Barnes tampoco cree en Dios, pero dice que le echa de menos. Y así comienza esta irónica y divertida memoria familiar –con vívidos retratos de sus abuelos, sus padres, y su hermano filósofo, pero también de los escritores que le acompañan cada día–, una meditación sobre nuestra condición de mortales y una intensa celebración del arte y la literatura. Barnes tiene una inteligencia vivaz, y una voz muy particular, que da a sus oscuras meditaciones una cierta ligereza, e incluso alegría (Frank Kermode, The New York Review of Books); Una obra maestra. Un paseo deslumbrante por los temas favoritos de Julian Barnes: la literatura, la música, Francia, pero también Dios, la religión y la muerte.