Metáfora de la postergación y el encierro, esta novela muestra una marginalidad contra la cual el doble filo de las apariencias parece la única estrategia posible, aunque signifique tentar a la muerte.
El lugar sin límites juega eficazmente con el engañoso espejo de los sexos -la Manuela- en un prostíbulo de pueblo, especie de infierno anodinado donde confluyen no sólo las pasiones eróticas sino además los sórdidos juegos de poder y dominación que suelen marcar los territorios degradados.