Elena se ha encerrado en su recámara sin cenar. Repasa con la mirada, una vez más, las cosas de Liza. Las toca con cuidado, como evitando perturbar su sueño. Una a una, va sacando las prendas ya arrugadas, los tenis que tanto le gustaban, un par de libros de ciencia ficción que, seguramente, habría leído infinidad de veces. Mientras coloca nuevamente los objetos en su lugar, en una especie de ritual, de entre la ropa cae una hoja.