El proceso de planeación educativa requiere de información relacionada con los actores, pero también con los escenarios en los que ocurren las actividades educativas. Por lo general, los investigadores dividen estos dos componentes y los estudian de manera separada. Como parte de esa tradición, los estudios se enfocan en investigar las características personales de los actores (estudiantes, profesores, personal de apoyo, padres de familia), en especial aquellas que se exhiben como capacidades intelectuales o tecnológicas —habilidades, competencias, aptitudes— que son requeridas como productos centrales del sistema educativo. En esta obra los capítulos abordan distintos temas como los estilos de aprendizaje de los estudiantes; el aprendizaje en la práctica del profesor universitario; las habilidades del profesor para la creación de ambientes de aprendizaje virtual-presencial; las características de un buen profesor de educación superior; y las competencias tecnológicas en estudiantes universitarios. En este texto se maneja la tradición —a la que se denomina contextualista— cuyo foco de interés es el escenario en el que ocurre el proceso educativo. Cabe mencionar que el contexto educativo se conforma de elementos físicos, pero también normativos. Los primeros comprenden la construcción escolar (aulas, oficinas, patios, bibliotecas), así como el equipamiento y tecnología requeridos para desarrollar las actividades educativas, mientras que los segundos tienen que ver con el conjunto de preceptos y normas que regulan la interacción entre los elementos humanos del sistema educativo, incluyendo los criterios para asignar notas escolares, requisitos y procesos para contratación de profesores, pautas didácticas que conducen la enseñanza, patrones de comportamiento social esperado entre los integrantes del sistema, entre otros. Este enfoque contribuyo a que los investigadores se percataran del efecto negativo que tienen los rasgos y conductas antisociales en la dinámica escolar, y se dieran a la tarea de estudiar las causas de comportamientos como el bullying, el consumo de drogas y conductas similares. A través de los trabajos que incluye este libro, se aprecia la forma en la cual esta perspectiva se ha enriquecido poco a poco, aunque de manera paulatina, por una aproximación más positiva. Lo anterior significa que, es preciso buscar (y encontrar) aquellas características personales que derivan en una ejecución escolar esperada —y no sólo en aquellas indeseables—, de manera que los investigadores y diseñadores de políticas educativas tengan opciones para solucionar lo negativo en los actores educativos, pero también formas de superar lo positivo en ellos. Es verdad que una parte importante de la investigación educativa [casi] siempre ha buscado estudiar las capacidades y aptitudes de estudiantes y profesores, es decir, los rasgos positivos; sin embargo, también es verdad que esas capacidades y aptitudes por lo general se relacionan con la intelectualidad o destreza técnica. Por ello, si se desea que la formación de un ciudadano sea integral, también es necesario dotarlo de habilidades para la interacción social y competencia emocional, es decir, la capacidad de reconocer los estados afectivos propios y canalizarlos de acuerdo con los requerimientos del entorno.