Platero y yo comúnmente se concibe como un libro para niños; desde luego, en el mundo librero se comercializa como tal. Sin embargo, en este conjunto de viñetas que se aglutinan en torno a la figura del burro Platero hay muchos elementos que una criatura impresionable difícilmente podrás aportar, además de otros que están más allá del rango de interés de los niños, por lo tanto, para mí es mejor concebir a platero y yo como las imágenes de la vida de un pueblo —el pueblo de Moguer, en Andalucía, donde nació Juan Ramón Jiménez—tal como lo ve un adulto que, al ser un poeta enormemente sensible, no ha perdido el contacto con la inmediatez de la experiencia infantil, y registradas con la delicadeza y discreción que se requiere cuando a nuestro lado, acompañándonos en nuestro diario quehacer, tenemos un público cuya mirada es inocente y cuyas almas son las impresionables almas infantiles.
Jiménez no humaniza a platero; humanizarlo sería traicionar su esencia asnal, su experiencia del mundo le está negada a los humanos por su misma naturaleza asnal, es impenetrable. Sin embargo, esta férrea barrera se tambalea por instantes, cuando la visión del poeta, como rayo de luz, penetra e ilumina la experiencia de Platero; o, pata hacer la misma comparación con distintas palabra, cuando los sentidos que los humanos compartimos con las bestias, aunados al amor de nuestro corazón, nos permiten, gracias a los oficios del escritor Jiménez, intuir dicha experiencia.