Los heraldos negros (1918), obra de un poeta que supo asimilar las influencias modernistas para enfrentarse con los grandes problemas del hombre, es una de las más representativas muestras del posmodernismo, en donde la voz original del poeta asoma a trechos por entre una poesía que conserva el tono decorativo de Darío o Santos Chocano, pero se ven ya composiciones enteras que responden a un sentido realmente nuevo, en que el lirismo del sentimiento se manifiesta en un lenguaje puro, naciente, sin relación apenas con las formas vigentes de la literatura. Estas poesías dan a conocer al poeta de la ternura, interior y grande como un gran palacio de piedra subterránea con mucho silencio mineral, como dijo en su momento Neruda.
Trilce (1922), que comienza a escribirlo en la cárcel, es una obra considerada como un momento fundamental en la renovación del lenguaje poético hispanoamericano, pues en ella vemos cómo Vallejo se aparta de los modelos tradicionales que hasta entonces había seguido, incorporando algunas novedades de la vanguardia y realizando una angustiosa y desconcertante inmersión en los abismos de la condición humana que nunca antes habían sido explorados. Aquí, la mayoría de las poesías son experimentos de lenguaje, a menudo poco inteligibles, pero que, de vez en cuando, sirven de vehículo para llevarnos a un recuerdo infantil o a un sentir amoroso, el logro de algunas de las más altas cimas de la poesía de este autor.
Estas dos obras de Vallejo, considerado como el poeta peruano más grande de todos los tiempos y figura capital de la poesía hispanoamericana del siglo XX (junto a Neruda y Huidobro), así como una de las voces más originales de la lengua española, son, al igual que sus Poemas humanos, la mejor muestra de la grandeza de su poesía, que en su momento abrió un nuevo capítulo en la literatura de nuestro idioma. En diversas partes de su obra se notan los influjos del modernismo, la vanguardia, el indigenismo, la poesía social y el impacto de acontecimientos históricos.