La primera vez que Federico García Lorca vio a los gitanos, dijo que estaban acorralados en su pena hereditaria y tañendo tambores de bronce. Vivían –explicó– en un mundo de ensueños, de extraño y contenido pesar. Pero también en un mundo tremendamente vital, de pasiones fuertes, embrujado por el fascinante paisaje granadino. Toda la tremenda sensibilidad de Lorca, todo su agudo talento, están en Romancero Gitano. Y también están su exquisito estilo, la pureza de su lenguaje sencillo y claro, y su poderosa comunicación. Pero no es sólo color y belleza, también es esencia, contenido. Dramatiza poéticamente la forma de vivir, las alegrías y las esperanzas de hombres y mujeres de carne y hueso, sobre quienes Lorca tiene mucho que decir y lo dice. Para Lorca, Nueva York es un símbolo de una miopía espiritual donde el hombre no puede manejarse con la enfermedad del cuerpo y del alma. Desde el punto de vista literario, Poeta en Nueva York está fuera de las técnicas. El verso libre reemplaza ritmos tradicionales y no hay un esquema de rima tradicional. Las imágenes son más personales, oscuras y a veces desaparecen. El caos y la angustia son usados como metáforas para describir el corazón del poeta envuelto en una crisis emocional.