A mí, de un ramalazo, la cara de esa mujer me comprobó el paso de muchos años; pero quizá no tanto como para no recordar su nombre; tal vez mis neuronas lo borraron a propósito, pero si no aparece allí, estará en alguno de los cuadernos del cofre, que abriría ahora si no estuviera metido en el sitio más recóndito el clóset y no tuviera, además, que hacer un guión para el anuncio de una superrevolvedora.
De cualquier forma, y para ver si logro que vuelvan algunos recuerdos sin necesidad de tanto engorro, puse el CD de la Sinfonía Patética de Tchaikovsky. Ese fue el principio. Su sinfonía sale de las bocinas de la computadora; yo le agradezco en voz baja después de tantos años y me descubro riendo.
