Los hongos constituyen un reino formado por organismos sumamente variados. Algunos de ellos son muy llamativos, como los que vemos en los campos y jardines; otros son tan pequeños que necesitamos un microscopio para verlos. Unos son unicelulares, otros forman largos filamentos formados por muchas células.
Los hongos son ubicuos y parecen surgir de la nada. Si olvidamos restos de algún alimento fuera del refrigerador -o incluso dentro de él-, no es extraño que en poco tiempo los veamos cubiertos por pelusillas de diferentes colores. Los hongos pueden causar enfermedades en plantas, animales e incluso en el hombre, pero también permiten el crecimiento adecuado de las plantas, son indispensables para la germinación de semillas, como las de las orquídeas, y cómo olvidar lo sabrosos que son los champiñones, el huitlacoche y las trufas.
Pero probablemente la principal virtud de los hongos en su relación con los otros organismos de la tierra sea su asombrosa capacidad de destruir a la materia orgánica. Esta capacidad les permite descomponer a los organismos muertos, para que sus elementos se vuelvan accesibles a los vivos, y así impedir que se detenga el ciclo constante de la vida.