Desde que, en mi lejana adolescencia, me enfrenté a El amor, las mujeres y la muerte, por entonces el libro más popular del filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860), entré en contradicción con la sutil propuesta que sugerían las tres palabras de aquel título. Y aunque el filósofo de Danzig se cuidaba de tratar cada término por separado, era evidente que su pesimismo voluntarista, al introducir los tres enunciados en un mismo saco, los convertía en ingredientes de su inextinguible misoginia. Es cierto que muchas de las acometidas de Schopenhauer contra la mujer y sus primeros y tímidos conatos de independencia, se inscribían en un prejuicio generalizado en aquel lugar y en aquel tiempo, un prejuicio que por cierto no sólo abarcaba a los hombres sino también a las mujeres.