Sobreviven vendiendo unguentos y esperando que, algún día, puedan regresar al pequeño reino de los Pirineos donde la revolución acabó con su vida de cuento de hadas. Con el tiempo, las dos jóvenes han aprendido a defenderse tanto del hambre como de las atenciones no deseadas de los hombres. Pero todas las defensas de Clarice parecen tambalearse tras el encuentro con Robert MacKenzie, conde Hepburn. En sus ojos, la princesa reconoce la promesa de un amor para el que no la preparó su infancia en Palacio... pero también la sospecha de que aquel hombre apuesto y silencioso guarda en mente para ella un plan inconfesable. Arrastrada hasta el castillo de Robert, se convierte en peón de un juego que el conde lleva mucho tiempo planeando. Pero, algunas veces, hasta un peón puede decidir la partida.