En las discusiones que ha solido suscitar mi tesis del monismo estético por estos campos de América se me ha presentado a menudo el problema de fijar lo que debe entenderse privativamente por filosofía y la diferencia que hay entre pensar como filósofo, razonar como lógico, demostrar como hombre de ciencia, inventar como poeta o revelar cual vidente. El viejo esquema etimológico de la palabra filosofía, amor de sabiduría, quedó desbordado en el instante en que acababa de formularse: lo que ocurre con todas las etimologías. Es obvio que, según se estrecha o amplía el contenido, la definición necesita también reorganizarse para captarlo. Amor de saber general, pero saber organizado, coherente: tal vez esto determina mejor el carácter permanente de toda disciplina que merece el nombre de filosofía. Buscar entre las cosas, las imágenes, los recuerdos, un hilo de unidad, pero cargado de emoción, a semejanza del hilo tenso de potencial eléctrico: he aquí una manera de filosofár.
