Hay libros destinados por su mera aparición a ser referencia ineludible en un campo de saber. Fue ésa la suerte en el psicoanálisis de los Escritos de Lacan.
Reacio a producir en forma de libro, Lacan había publicado además de un artículo de enciclopedia un conjunto de conferencias y artículos dispersos en revistas y boletines especializados, absolutamente inhallables en otro lugar que no fueran los cajones de su mesa de trabajo o el closet de su casa de la Rue de Lille. La insistencia (aunada a un supremo talento como editor) de François Wahl, convenció a Lacan de realizar una selección de sus textos y reunirlos en un volumen que llevaría por título Escritos.
Entre marzo y octubre de 1966, Lacan se dio a la tarea de redactar seis textos más y de corregir profusamente más de quinientos párrafos de sus escritos hasta convertirlos en lo que hoy conocemos como los Escritos. Wahl, por su parte, hizo cambios al alimón con el autor y, en palabras de Roudinesco, consiguió arrancar a ese hombre de la tiranía de su propia palabra para hacerle llegar por fin a una verdadera escritura.
El 15 de noviembre de 1966 los Escritos salían a las librerías. En menos de dos semanas vendieron cinco mil ejemplares, y en un tiempo récord la venta rebasó los cincuenta mil. Cifras llamativas tratándose de la obra de un autor que ya entonces tenía cierta fama de ilegible. (Aún siendo un novel psiquiatra, Lacan se dio a conocer entre otras cosas por ser dueño de un estilo de escritura hermético y barroco que, si bien desconcertaba a sus colegas, fascinaría más tarde a poetas como Haroldo de Campos o Severo Sarduy).
Cabe suponer que quien se autodenominara el Góngora del psicoanálisis no usaba un significante a la ligera. Al titular su libro Escritos, Lacan distinguía con claridad las dos vertientes sobre las cuales desplegó su enseñanza -privilegiadamente oral- y daba nacimiento a la oposición Lacan-oral/ Lacan-escrito que ha puesto a trabajar en serio a quienes aún se esfuerzan en descifrar tanto su escritura como aquello que –posiblemente- dijo cada miércoles durante casi tres décadas en su seminario.
Es verdad que, hasta cierto punto, algunos escritos de Lacan condensan en unas cuantas páginas el abstruso recorrido de un año de seminario; pero eso no explica la densidad de los Escritos, masa textual significante que, para quien a ellos se asoma, parece hacer surgir a cada renglón una pregunta insistente: ¿Es ilegible Lacan?
Tiempo después de publicarla se refería a su obra de este modo: Estos Escritos, ya se sabe, no se leen fácilmente […] y a lo mejor la cosa llega hasta el punto de que no son para leer. Poco le faltaba a Lacan para decir como Antonin Artaud: Escribo para los analfabetas.
Los Escritos de Lacan son ilegibles si se acepta (con Barthes, Derrida y el mismo Lacan) que ciertos textos sólo admiten ser leídos una vez que se asume su ilegibilidad. Barthes proponía una lectura perversa: la que obliga al lector a asumir la posición del niño que sabe que su madre no tiene pene, pero se obstina en creer que lo tiene. Es el lector que parte de esta verleugnung fundamental: Ya sé que es imposible de leer; pero aún así…. Son textos que revelan que la experiencia de lectura consiste en experimentar que el sentido no es accesible […] que el concepto tradicional de lectura no resiste ante la experiencia del texto; y, en consecuencia, que lo que se lee es una cierta ilegibilidad.
Pero los Escritos ostentan cierta legibilidad si se concede que (si bien con ellos Lacan se dirigía a un público que trascendía su seminario, incluso a un público por venir) la experiencia de leerlos constituye una enseñanza decisiva en estrecha relación con la práctica analítica misma: el lector es conminado a no entender muy deprisa, a tomarse un tiempo para comprender, a no extraviarse en los derroteros imaginarios del sentido, es decir que es llevado a leer a la letra, como hace el analista con la escritura que surge de lo que se dice en un análisis (y como, por otra parte, Lacan leyó el texto de Freud). Asimismo, Lacan llegó a señalar que la elipsis barroca de su escritura, en la que un significante permanece en reserva, no dejaba de tener cierta relación con un objeto perdido, objeto que en su radical ausencia vectoriza la direccionalidad de la experiencia analítica.
Unas palabras de Michel Foucault sobre el hermetismo lacaniano son del todo esclarecedoras: El [Lacan] quería que el lector se descubriera a sí mismo como sujeto de deseo, a través de esta lectura. Lacan quería que la oscuridad de sus Escritos, fuera la complejidad misma del sujeto, y que el trabajo necesario para comprenderlo fuera un trabajo a realizar sobre uno mismo.
Y es que la ilegibilidad de la escritura de Lacan no es el extremo de un denodado hermetismo: encierra en ella la apuesta por una lectura de la literalidad, una lectura anclada al soporte material del significante (la letra) y no al lektón espiritual del significado. El inconsciente, decía Lacan en estos años, concierne a la lógica pura del significante. Otros serán los problemas y articulaciones que después de la publicación de los Escritos elaborará a partir de la escritura topológica nodal.