Oscar Wilde (Dublín, 1854-parís, 1900) visitó la capital francesa en numerosas ocasiones, la primera de ellas a los veinte años, y también para su luna de miel tras su boda con Constance Lloyd. Durante sus estancias no sólo conoció a figuras de la talla de Víctor Hugo, Degas, Verlaine, Mallarmé o Valéry, sino que también se paseó por salones y cafés encandilando con su brillante conversación o pronunciado sus célebres máximas, frecuentó lugares de mala nota y trabó amistad con Marcel Schwob y un joven André Gide. Su -desencuentro- con Marcel Proust es legendario. Profundo conocedor del francés, incluso escribió una obra teatral en ese idioma: Salomé. Wilde buscó refugio precisamente en Francia cuando, en 1897, tras ser acusado de -delito contra las costumbres- y cumplir dos años de cárcel, decidió abandonar Inglaterra. Al fin en parís, se alojó en el hotel Dalsace, en la Rue Des Beaux-Arts. Allí vivió sus últimos años, cercado por la soledad y la miseria, y allí murió, en noviembre de 1900. Excepcional puente entre las culturas anglófona y francófona, el historiador Herbert lottman explora la peculiar –y hasta ahora poco estudiada– relación que unió a óscar Wilde con parís, desde el joven deslumbrado, o en el apogeo de su éxito, hasta el desengañado y convaleciente que acabó afirmando que -parís es espantoso-.