En la antigua Dacia romana, hoy Transilvania, región central de Rumania en pleno corazón de los Cárpatos, la leyenda de Vlad III Tepes, un tirano medieval considerado un héroe nacional por pelear contra el imperio otomano, es de sobra conocida. Vlad fue, sin duda, un personaje real cuya crueldad ha llegado hasta nuestros días. Sus técnicas de tortura las aprendió en la corte turca durante el tiempo que fue rehén del sultán de Constantinopla.
Las constantes guerras contra turcos y otomanos por el sur, húngaros por el norte, y las intrigas y asesinatos de su propia familia, hicieron de Vlad un ser malvado y cruel. Enviada una expedición de castigo a Valaquia, que llevaba tiempo sin pagar los tributos a los turcos, Vlad logró derrotarlos y quiso dejar bien claro como tratarían, de manera ejemplar, a quienes osaran cruzar sus fronteras: a lo largo de tres kilómetros, cientos de turcos fueron empalados.