La infantita, vestida de negro, con cuello y puños blancos, como tantas mujeres de buena cuna en provincia, despliega ante su nieta sus recuerdos familiares: una vida fastuosa en la corte zarista: bailes y banquetes: linajes reales y amoríos : los huevos que Nicolás II encargaba al joyero Fabergé, en San Petersburgo para hacer obsequios maravillosos. Y junto a eso rasputín y su manipulación demencial de la zarina, el autoritarismo del rpegimen, las manifestaciones populares masacradas, la Revolución de Octubre que termina con una casa real y motiva el exilio de la nobleza rusa. Pero en la memoria de la infantita otros hechos se trenzan y confunden: la provincia mexicana que cargada de agravios y abolengos venidos a menos ? emerge de la Revolución, una sociedad. Llena aún de pasados vicios y virtudes que dan lugar a nuestros extravíos y cualidades. En un discurso veloz y chispeante se alternan en esta novela las voces de la abuela y su nieta. Así nos transmiten su alegoría: un país que observa su pasado y, al mismo tiempo. Lo inventa y lo confunde.