La avaricia puede ser convertida en el más noble de los sentimientos revolucionarios o en el peor de los pecados. Es un pecado relativo, que fluctúa entre el vicio y la virtud (una manera bastante singular de ser pecado). La avaricia implica tanto el adquirir (recibir) como el no desprenderse (no dar), y nada es excesivo, ni desordenado, ni desmedido si no es en relación con una gradación que marca el punto de exceso, un orden o una medida. De ahí sus límites difusos.