El profeta, El loco y El vagabundo son quizá las producciones más representativas de Khalil Gibrán, quien escribió su obra a caballo entre dos mundos: la cultura literaria occidental de principios del siglo XX y un pasado oriental a menudo idealizado. Sus textos, una síntesis ecléctica y original de elementos tomados de William Blake, Nietzsche, Emerson, Whitman, la Biblia y la mística sufí, son un intento de combinar la poesía moderna con la parábola y el aforismo propios de los modos de expresión religiosos tradicionales.
Es con ese bagaje a medias místico, a medias literario, que Gibrán trata de dar una respuesta espiritual a los grandes interrogantes del hombre moderno: una respuesta que, a pesar de su tono profético, prescinde de dogmas y doctrinas, y que más bien intenta presentar un ideario estético-moral destinado a hacer la existencia más llevadera.