Estoy de pie sobre la suave arena del desierto, con las suelas de mis zapatos hundiéndose en la tierra porosa y árida. Al quedarme quieto la arena comienza a formar un molde alrededor de mis zapatos, como si fuera cemento. Hace calor, más de 105 grados. Me siento incómodo, y cuesta trabajo moverse.
Cuando miro al otro lado de la frontera entre los Estados Unidos y México, me doy cuenta de que he vivido en los Estados Unidos más tiempo del que viví en México. Han transcurrido más de 22 años desde que crucé la frontera ilegalmente el 23 de diciembre de 1990, de Tijuana a San Ysidro, al sur de San Diego, California, cuando tenía 20 años.