En 1854, el británico William Howard Russell fue enviado a cubrir las incidencias de la Guerra de Crimea. Lejos de enviar reportes a la medida del Estado Mayor, trazó con veracidad y crudeza los rigores de la contienda. El suyo fue el primer eslabón de un oficio que ha tenido nombres gloriosos. Montero pasa aquí revista a nombres que sacudieron la conciencia pública mundial y aún siguen impactando, sin evadir la polémica sobre ética profesional y los límites de la objetividad informativa, analizando el rol de los medios actuales como voceros de una política de Estado.