Para Iriarte (n. 1750) la fábula es una forma de hacer crítica literaria con historias originales y con una moraleja tan convencional como la época en que nacieron. Sus fábulas le dieron fama, y en ellas se destacó con una peculiaridad: además de hablar de vicios como la presunción y la necedad, puso especial énfasis en la erudición vana y pedante y en todos los que sin regla ni arte se lanzan a la aventura de producir cualquier obra artística.
A diferencia de otros fabulistas, Iriarte inventa las tramas de sus setenta y seis fábulas, donde hace gala de un lenguaje puro, una expresión breve y exacta, y una intención mordaz que remata con sentencias enérgicas y sobrias.
La lectura de estas sencillas composiciones fue alimento espiritual de generaciones enteras, aun de centros cuyo grado de cultura era elevado. En las escuelas fue aprendizaje obligado como ejercicio de memoria y como enseñanza moral.
Aún con sus 2700 años de existencia, las fábulas han permanecido firmes en sus planteamientos básicos y no han dejado de ser fuente de inspiración para innumerables escritores ni han perdido su enorme valor didáctico.