Imaginemos por un momento el punzante dolor que sintió Francisco de Que-vedo cuando en uno de sus célebres sonetos expresó : Buscas en Roma a Roma, ¡Oh peregrino! y en Roma misma no la hallas. En verdad, difícil es calcular el desmoronamiento emotivo que padeció Quevedo cuando al mirar la Ciudad Eterna dijo: ¡Oh Roma! En tu grandeza, en tu hermosura huyó lo que era firme, y solamente lo fugitivo permanece y dura.Difícil es, porque tendríamos que esforzarnos para ver a un hombre que, conociendo la historia de la Ciudad de Roma y arribando a su entrada, encuentra destruida ya, la que ostentó murallasQuevedo, gran conocedor de Roma, llegó y miró que era tumba de sí propio El Aventino. él, humanista español por excelencia de su tiempo, había leído a los latinos y sabía por su historia, que aquí se hallaba El Capitolio, allá El Foro, más allá debió estar La Basílica Julia, en aquel lugar Las Termas de Trajano. él que sabía cómo se habían construido esos magníficos edificios, que sabía que sus muros eran testigos de tal o cual acontecimiento, Ilegó, miró v encontró sólo ruinas.Y es que la historia es eso, un amor por las cosas que aprendemos, amor por los hombres que desde hace siglos hicieron nuestro destino ahora más alto, un amor por las cosas a partir de las cuales nuestra estatura de hombres es más alta. La historia podrá ser una ciencia de hecho lo es y también un arte, arte de seleccionar y de narrar explicando, dilucidando los hechos, pero igualmente la historia es la madre de la vida y como madre que es, enseña desde la infancia a amar a unos y a odiar a otros, a temer esto y despreciar aquello. El conocimiento de la historia es de tal naturaleza que no puede dejarnos neutrales, antes bien, compromete y apasiona a veces hasta la ceguera. En verdad no entiendo la historia como ciencia exacta que dice matemáticamente nombres, fechas, lugares, anécdotas y concatenaciones de acciones. La historia, como el aprendizaje recibido de una madre, es sólo aquella capaz de rendir cuenta de nuestra situación. Es, entonces, fácil entender el dolor de Quevedo. él sabía que Roma a él específicamente le había dado el sentido de la civilización, del derecho, de la amistad, del estoicismo. Por eso quería ver los edificios en que nacieron las instituciones que explicaban parte de su ser. Y cuando ve las ruinas él mismo es quien se siente amenazado de ruina.