Éranse que se eran aunque empiezo este Prólogo como un cuento, no lo es, sino historia- dos hermanos que se amaban mucho. Sólo se llevaban un año de diferencia, y crecieron y se educaron siempre juntos y siempre, espiritualmente, unidos. Se llamaban Guillermo y Jacobo Grimm; nacieron en las brumosas tierras del Norte, en el corazón de Alemania; fueron igualmente sabios, igualmente buenos, igualmente ilustres. Nunca quiso uno de ellos una gloria, un honor, una dicha, que el otro no compartiera. En sus biografías se encuentra siempre en iguales o parecidos términos, la siguiente frase: Constituye un caso raro la solidaridad de sentimientos y la mutua compenetración espiritual de ambos hermanos, lo mismo respecto de la ciencia y la política alemanas, que en la fidelidad a sus convicciones, la actividad del trabajo y la tendencia de su labor. De esta labor -muy copiosa, pues los hermanos Grimm eran infatigables trabajadores; muy importante y famosa, pues eran muy sabios-, lo que mejor conocemos todos, son los Cuentos Infantiles . Enamorados de la poesía popular, de las antiguas tradiciones de su tierra y de todas las tierras, los hermanos Grimm dedicaron sus horas mejores a recorrer los caminos, a detenerse en los pueblecitos, en las aldeítas, a escuchar de labios de la gente humilde los hermosos y viejísimos cuentos que unas generaciones transmitieron a otras, que de labio en labio su fueron contando, pero que jamás se escribieron. Los hermanos Grim sí los escribían, aunque sin añadirles faramallas de literatura, ni quitarles sabor de sencillez, cuidando de que no perdieran ese grato perfume de ingenuidad, de sencilla fe, que es el mejor encanto de esta clase de narraciones. Que esto os sirva para recordar el nombre de los hermanos Grim (así, siempre unidos, como ellos quisieron que estuvieran), con amor y respeto. Y ahora, adelante; adentraos en el libro, que en él más lindos cuentos os esperan.
