Fueron indiscutibles las cualidades de Iburbide, pero entre ellas no figuró la capacidad de ser un hombre de estado. El poder que tuvo fue tan grande como su incapacidad para ejercerlo. Santa Anna acompañaría a Iturbide mientras le fue beneficioso; después lo abandonaría. Durante poco más de treinta años, de 1823 a 1855, la figura de don Antonio López de Santa Anna sería la que dejara la huella más profunda, dolorosa y vergonzante en los destinos del país.