Dos amantes sostienen algo invisible y de inmenso valor: una poesía del ser, una música escuchada en los lugares más recónditos de su existencia. Ellos se apoyan, apoyan la armonía, pero se mantienen independientes. Se pueden mostrar al otro, porque no hay miedo. Ellos saben que son. Conocen su belleza interior, conocen su perfume interior, no hay miedo.