La luz eterna según la Kábala surge del seno de Dios y brilla en los ojos del justo, cuyo rostro ilumina y da un suave toque a su fisonomía.
Está del todo ausente en la apostura del impío que no la remedará por esfuerzos que haga, porque es un don de Dios a los hijos de la luz como señal de su especial predilección.
Bienaventurado aquel en quien brilla esta luz porque nunca carecerá de lo necesario, y aun la ira de sus enemigos le será beneficiosa.
Es la luz de que hablan los profetas y por la que tanto suspiraban los patriarcas. Es la perla inestimable por cuya búsqueda vale la pena esforzarse.
Búscala, pero no fuera de ti.