Ariadna vio horrorizada al engendro maléfico; asustada, se acercó un poco más para contemplar al Minotauro, con su enorme cabeza de toro y sus cuernos largos, tórax y brazos como los humanos, y la parte inferior como los rumiantes, con fuertes patas peludas. Ariadna, jadeante, llegó a la sala real e interrumpió a su padre, Minos. — ¡He visto a mi hermano y es horrible! ¡Es un monstruo espantoso!.