Hace 2500 años, en la polis griega, la razón (el lógos, como la llamaban los helenos) aparece en la brillante luz de lo público. En un brevísimo lapso, los filósofos afinarán al máximo esta herramienta política e intelectual. Junto a los grandes sistemas que han atravesado el tiempo y las sociedades, perduran las sentencias: El hombre es la medida de todas las cosas”, las formas de convivencia (el Jardín de Epicuro, la Academia de Platón), las improbables anécdotas (Diógenes y su barril, Tales cayendo al pozo). Ni su reelaboración por la teología cristiana y la dura confrontación con la fe, ni el esfuerzo por desentrañar el código de la nueva racionalidad científica, consiguieron terminar con el logos. De cada una de sus aventuras, la razón resurge como el ave fénix: del mundo a la subjetividad y de ésta al lenguaje. Partidos en mil pedazos, los restos de los grandes naufragios del pasado aún nos interpelan. En su historia, en el viejo río de Heráclito, a cada momento renovado, la razón sigue nadando, como pez en el agua.