Figuran en este tomo de la Colección Sepan Cuantos... cinco de las obras más gustadas del teatro quinteriano: Malvaloca, uno de los pocos dramas que escribieron los álvarez Quintero. Laureado por la Real Academia Española con el premio de Espinosa y Cortina, fue una de las obras que mayor número de representaciones alcanzó en España y en los países americanos de habla española. Es un drama popular desbordante de pasión. Un cantar andaluz le da vida: Merecía esta serrana que la fundieran de nuevo como funden las campanas. Sucede en Las Canteras, pueblo de Andalucía, y tiene como escenario el Asilo de las Hermanitas del Amor de Dios. Por ahí desfilan Malvaloca, Leonardo y Salvador, los dos hombres que mayor huella dejaron en su vida; Barrabás, el sesentón deslenguado, y Mariquita, la viejecita del asilo, que guarda como reliquias las medallas y cruces que ganó su hijo único, muerto en la guerra contra los moros; el campanero, tipo por los álvarez Quintero conocido desde que en Utrera peleaban con los muchachos de su bando contrario, y otros muchos personajes más. En Malvaloca, tipos y situaciones son en casi todos los momentos un acierto; pero no faltan algunos en que lo sentimental toca con lo sensiblero, lo que no obsta para que por su teatralidad fuera una de las obras que mayores ingresos llevaran a la taquilla. En la ciudad de México, donde era de rigor que los teatros, de comedia y de zarzuela por igual, estrenaran una obra semanariamente los sábados, se sostuvo en cartel durante meses enteros. El Sábado de Gloria, 6 de abril de 1912, en Madrid, en el Teatro de la Princesa, estrenó María Guerrero en la noche de su beneficio el drama quinteriano. En la ciudad de México, en agosto del mismo año, lo estrenaron simultáneamente María Luisa Villegas y Prudencia Grifell. La ciudad de México a fines de 1912. Dos teatros, uno rabalero, el Díaz de León, por el rumbo del Carmen, y otro aristocrático, el Colón, en la calle del Colegio de Niñas, hoy Bolívar. A las puertas de ambos se detenían lujosos landós y carretelas tirados por caballos de pura sangre y potentes automóviles que devoraban hasta 80 km., por hora: el Mercedes, a secas, no Mercedez Benz, el Protos y el Renault; el Packard, el Pierce Arrow y el Cadillac; todos de lujo, con cocheros y lacayos de librea y chauf feures elegantemente uniformados. Damas emperifolladas y caballeros de jaquet o levita cruzada y sombrero de seda, prendas habituales en aquella época, bajaban de ellos. Una gran concurrencia llegaba a pie o a bordo de carretelas de bandera amarilla, colorada o azul, los taxis de aquel entonces.

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