En esta especie de palimpsesto muchas de sus dudas se resolverán, como: ¿los bárbaros son bárbaros porque hacen barbaridades?; el coñac y el brandy, la influenza y la gripe, ¿son lo mismo?; ¿los croatas inventaron la corbata o sólo el nombre?; ¿por qué el mariachi, la piñata y el merolico son nombres francés, italiano y suizo, respectivamente, si aluden a cosas tan mexicanas?; los maderos de zaguán, ¿piden pan y son herméticos?; los que están infatuados, ¿buscan amanebarse?; ¿los hipocóndricos ya encontraron la panacea?; ¿cómo se les dice a los que tienen seis dedos en la mano o en el pie? Y más aún: ¿un emolumento es lo que se le da un furibundo o a un meditabundo? Y, por último, un infante chilango, ¿habla o no habla? Podrá parecer folklórico, rimbombante o muy bizarro, pero por aquí verá vicios como el onanismo, el chauvinismo, la onicofagia, la falocracia, el otracismo, y también impíos, oprobios, epifanías, ergástulas y exégesis, cuya definición no nos deja ni cabizbajos ni patidifuso, sino al revés, nos provoca risa, que no es sardónica. Los cuenta chiles, las meretrices, los que echan aguas, los ganapanes, los cenaoscuras, los ombudsmen, los mentecatos, los botarates, los asaltacunas, los majaderos, los trotamundos, los energúmenos, los aguafiestas, los oligofrénicos y los mandamases lo esperan en las páginas de este opíparo libro, donde la palabra es palabrota.