¡Qué destino tan curioso el de este hombre! Colocado en el vórtice de una tempestad del mundo, sintiendo todas las solicitaciones de la vorágine, pero con conciencia de sí mismo, rema con todas sus energías, hasta que, al fin, vuelve al puerto de salida, empapado en agua, trayendo sobre los hombros la barca en que temerariamente se ha lanzado a explorar un mundo desconocido.
En 1816 cuando nace en París Alfonso Luis Constant, -este era su verdadero nombre,- la obra de la revolución Francesa, como legado a Humanidad, está en plena adjudicación a los herederos. Las clases superiores, han llegado al Imperio; el clero, ha procurado sus reivindicaciones y el pueblo sigue pidiendo la realización de las promesas sociales.
El refugio místico volvía a ser entonces, como siempre en los momentos de angustia, un bien solicitado.
Pasó el soplo del milenio, se soñó en un nuevo mesianismo y se dijo que el verdadero.