El precedente siglo XX y el actual siglo XXI, nos han dejada, a quienes hemos cohabitado el mundo en este periodo, una lección insoslayable: La única constante es el cambio. El comportamiento del ser humano y por ende, de las organizaciones que conforma éste como son la familia, el trabajo, la vida social y política, ante el cambio, conformarán su supervivencia, su crecimiento o su rápida extinción. Por esto requerimos en cada ser humano y organización que conforma una aptitud especial, la adaptabilidad. Las personas y organizaciones adaptables son aquéllas que disfrutan el cambio, para ellas la innovación es estimulante. Están abiertos a la nueva información y pueden desprenderse de los viejos paradigmas para adaptarse. No les molesta el temor a lo desconocido; están dispuestos a los retos y los nuevos desafíos que produce una nueva manera de hacer las cosas. La adaptabilidad requiere de una actitud humana la flexibilidad, que consiste en tomar en cuenta las múltiples perspectivas que ofrece tina determinada situación. Y esta flexibilidad depende, a su vez, de personas íntegras, con alto grado de autoestima y de confianza en sí mismos, personas que se puedan mantener firmes y serenas ante lo inesperado y/o lo adverso de estos tiempos turbulentos. Esa disposición al cambio, que tipifica la adaptabilidad, se vincula a otra cada vez más apreciada en estos tiempos turbulentos: la innovación, la búsqueda de soluciones creativas. La base emocional del innovador, es el placer que encuentra en la originalidad. En el trabajo, por ejemplo, la creatividad gira en torno de la aplicación de ideas novedosas para alcanzar un resultado. Las personas dotadas de esta habilidad saben identificar los puntos clave y simplificar problemas cuya complejidad suele ser alta.