Ése fue el momento en el que todo dio un vuelco. En el que comenzó la historia que se convertiría en la historia de Anna. Ya había empezado antes, claro, con la muñeca, con los viejos auriculares, con la niña pequeña esperando en el patio desierto de la escuela. Con el deseo de comprender quién o cuántas personas era Abel Tannatek, Anna cerró los ojos un segundo y se precipito fuera del mundo real. Cayó en el comienzo de un cuento. No fue sino hasta después, mucho después, ya demasiado tarde, cuando Anna comprendería que este cuento de hadas era uno funesto.